Hace ya unos trece meses que perdí mi último empleo respetable. Luego de pasar (y padecer) por dos años en una anacrónica fábrica de galletas, cumpliendo labores premunido de un pomposo y desproporcionado cargo de jefe de recursos humanos, que no estaba constituida por otra cosa que la poco ardua tarea de contratar, remunerar - exigua e irregularmente - y sobre todo despedir a unos famélicos trabajadores que se dejaban caer cada tanto, Reinaldo, el dueño, que era conmigo algo parecido a lo que alguna vez se pudo llamar amigo, fue personalmente a comunicarme que mis servicios ya no eran necesarios. Accediendo la los requerimientos de una modernidad que años antes sólo había pasado por el frente de la fábrica, ahora había decidido entrar en la era digital adquiriendo un moderno programa computacional para el manejo del personal, al que se le adosaba un imberbe cubierto de erupciones cutáneas que lo controlaba sin estrépito y por añadidura, por desgracia para mi, por la mitad de mi sueldo. La decisión me pareció razonable y su actitud, honesta: en su caso habría hecho lo mismo y talvez ni siquiera habría dado la cara para comunicárselo al infeliz. Recibí los agradecimientos de rigor y un sobre que contenía exactamente hasta el último centavo a que tenía derecho. Los tomé (los agradecimientos y el dinero) con una sonrisa neutral, de circunstancia, y me retiré ese mismo día con mis escasas pertenencias, algunas de las cuales quedaron decorando el frontis de una casa en la calle Eleuterio Ramírez.
Por la tarde llame a Adriana y le conté lo de mi despido, sin esperar sus comentarios, que presentía llenos de presagios de fatalidad. Después de eso, vagué sin mucho entusiasmo por algunos bares, fui a un cine bastante desconchado donde por unos pesos me entregué, también con pocas ganas, a las hábiles manos de una muchacha que exprimió las últimas gotas del Miércoles que se iba yendo y emprendí el viaje de vuelta a casa cerca de las once, con mi indemnización prácticamente intacta. Adriana dormía.
3 comentarios:
Sr. Solís:
El eruptivo imberbe que cegó su carrera no sabe lo siguiente: su empleador exporta suelas de chinelas a Japón y mientras el último cargamento viaja en el Royal Ordenance Ship rumbo a Osaka, los compradores cierran acuerdo con un nuevo proveedor en Sri Lanka, que les entregará el mismo producto por una fracción del precio. Pueden hacerlo porque emplean mano de obra barata, infantil. Estos proveedores se darán cuenta que quien mejor conoce el tema de las remuneraciones en este especial giro comercial, es el jovenzuelo de cutis eruptivo de que me habláis, y lo mandarán a llamar. El muchacho subirá a un avión carroñero, de bajo precio, que surca los cielos a la mala gracias a que interfiere las llamadas de radio de líneas establecidas yrobándoles sus itinerarios, utilizando los superpoderes de unos informáticos de la puta madre que se dedican, entre otras cosas, a la filantropía electrónica en el oriente boliviano. Este avioncito vende sus boletos por internet, y cuando las autoridades aeroportuarias se dan cuenta de la "suplantación de identidad empresaria aérea", la aaeronave ya ha despegado y no volverá a cubrir esa ruta hasta que los archivos del evento sean borrados, merced al hackeo de estos muchachos. Lamentablemente, al mocoso le pedirán una adición un tanto desmedida al precio del pasaje, en pleno vuelo, bajo amenaza de arrojarlo, anuncio que se cumplirá mientras sobrevuelen Zamboanga, en Mindanao, sur de Filipinas. Afortunadamente, la cocinera del avión, entrada en carnes, se conmoverá y prestará su falda al desdichado, que la usará de paracaídas. La verdad, dicen que estas líneas piratas siempre arrojan a sus pasajeros y lo de pedir un pago suplementario sólo lo hacen por cumplir con el Código de Buenas Prácticas Aeropiratas.
Esperemos que el muchacho sobreviva y pueda encontrar algún compatriota que lo ayude.
Recomendable su blog, Sr. Solís. Me siento autorizado para agregarlo en mi lista de recomendados, salvo manifestación de voluntad en contrario.
Señor Solís,
Me sorprende sobremanera la actitud de Adriana: ¿Cómo es posible que haya podido echarse a dormir tan tranquila ese desdichado miércoles, sabedora de su estado de ánimo?
Le rogaría que nos pusiera en antecedentes acerca de la naturaleza y estado actual de sus relaciones, si le parece que viene al caso y no le distrae demasiado de la línea argumental.
Un beso transatlántico.
¿Y, pues?...
Un beso.
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